ROTULACION A MANO | 2018 octubre
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La copita Asturiana

Repintamos, limpiamos y devolvemos el color de este rótulo de más de 60 años: María Mayo y Pepe Bueno abrieron La Copita Asturiana en 1959, en el mismo local de una antigua taberna, y desde entonces está ahí esta pieza clásica de rotulación sobre cristal.

El antes y después

 

Realizada por un vidriero Madrileño en esmaltes y un ligero filo de plata, la pintura estaba muy dañada por el sol y prácticamente descascarillada.
De cara a mantener el rótulo original, pero devolverle un aspecto comercial mas limpio y cuidado, junto con la propiedad, decidimos eliminar el color rojo, el más dañado, y parchear las zonas de plata, negro etc con nuevos esmaltes.


Así como los materiales no son los más caros, el diseño me parece excepcional, unas cursivas limpias, legibles y modernas para la época.


De hecho, al eliminar el fondo rojo, descubrimos trazos de un diseño previo, con unas mayúsculas un poco más barrocas, acorde con los rótulos más antiguos de Madrid, sin embargo, en algún momento ese diseño se desechó, y se llevó a cabo este.


Esperamos que tras esta reparación, el rótulo y su restaurante con sus deliciosas fabadas y cachopos, aguante por lo menos otros 60 años.

 

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BASTARD COFFEE KITCHEN: ESPEJOS Y TEXTURAS

Más texturas distressed que acentuan el efecto acogedor nórdico que buscan @bastard_coffeekitchen_ para el interiorismo de su nuevo local en el centro de #Valencia: Espejo envejecido con logotipo a juego con el espacio y madera teñida a tonos grises también por nosotros.
Para los cristales, por suerte pudimos aprovechar la estructura existente de metal, pero aún así los montadores #Sogeser sufrieron con el peso de las piezas. ¡gracias!

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The Black Turtle Sagunto: Nuevos Ghost Signs y enorme mural pizarra

Los Ghost sign o rótulos fantasma son esos rotulos que ves por las ciudades medio borrados, o dañados por el sol o graffiti, que ya no cumplen una función publicitaria pero que nos recuerdan otra época reciente, otras marcas y otra gráfica. Muchos de esos rótulos se han perdido, pero es un placer recuperarlos en los murales de @dblackturtle donde todas las piezas están sacadas de rótulos o murales reales de diversas partes del mundo.

Este interiorismo industrial díficilmente lo verás en otra cadena. Detalles y proceso del enorme mural con ghost signs superpuestos en el nuevo restaurante de @vidanovaparc en #Sagunto#Valencia de donde es originario el mural de azulejos de Philips que siempre utilizamos

Una auténtica gozada pintar este mural estilo pizarra de unos 4x15m en el nuevo The Black Turtle de #sagunto haciendo un guiño a los 7 locales anteriores y diferentes contenidos de las pizarras que hemos ido creando a lo largo de los últimos años para estos restaurantes ya míticos en #Valencia

 

Para más trabajos y pinturas envejecidas, visita nuestro proyecto paralelo de decoración Verdigris Atelier

 

En El Pais Semanal. CREADORES Y CREACIONES El rotulista prodigioso

CREADORES Y CREACIONES
El rotulista prodigioso

Diego Apesteguía era un experto en ‘marketing’ que un buen día cambió los estudios de mercado por los pinceles. Hoy recupera el oficio de la rotulación clásica.

 

DONDE OTROS vieron incertidumbre, Diego Apesteguía encontró la oportunidad de transformarse. En 2008, cuando tenía 29 años, este especialista en marketing enganchado a las páginas salmón de los diarios intuyó la que se avecinaba con la crisis. Cambió el traje por el delantal de artista, dejó de elaborar estudios de mercado para una de las principales entidades bancarias y se dedicó de lleno a su verdadera pasión: el grafiti. Lo que no sabía cuando colgó la corbata era que no se iba a dedicar a pintar persianas de comercios y murales como tenía planeado. Iba a ayudar a revitalizar una profesión prácticamente desaparecida, la de la rotulación tradicional a mano.

Apesteguía, madrileño de 39 años, constituye la antítesis del artesano bohemio. No reniega de la tecnología, lleva una vida sana y disciplinada y no tiene reparos en reconocer la importancia del dinero. “No hay que elegir entre ganarse la vida y ser artista. Puedes hacer las dos cosas”, sostiene. Incluso cuando habla de sus comienzos, echa por tierra algunos de los enunciados que más se escuchan entre los creadores. “En el discurso artístico-artesano la gente cuenta que nació para hacer algo. Yo tengo más una visión del hombre renacentista: me gustaba pintar y hacer grafitis y me dediqué a esto, pero podía haber sido herrero y sentirme realizado igualmente”. O eso dice, pero lo cierto es que, antes de dedicarse a ello ­profesionalmente, empleaba todas sus vacaciones en ir a festivales de arte urbano y en pintar.


Diego Apesteguía, retratado en su taller. DANIEL OCHOA DE OLZA
La conversión de grafitero a rotulista no fue inmediata. Nada más dejar su empleo, este licenciado en Psicología se dedicó al grafiti por encargo, con tiendas y empresas como principales clientes. De esa relación con el comercio surgieron algunos pedidos para rotular pizarras y carteles. Aún recuerda el primero. Fue un letrero para la librería de un amigo. El largo era el mismo que el de las habitaciones de su casa y lo pintó agachado en el suelo de la vivienda, entonces en el barrio de Malasaña, epicentro de la cultura hipster en Madrid. Aquella escena se convirtió en algo habitual. Durante seis años convivió con el olor del disolvente y cargó escaleras arriba con creaciones de gran formato. Hasta 2014, año en el que abrió un local en el mismo vecindario y nació oficialmente Rotulación a Mano. “En la tienda de Malasaña había algo de proyección del ego, de decir ‘estoy aquí’. Cuando la gente no sabe que existe una profesión, tiene sentido montar una tienda vistosa, para que capte su atención”, explica batido de espinacas en mano.

A partir de los años ochenta, la rotulación artesanal era una práctica residual en España, especialmente la que se hacía sobre vidrio. “Desde que murió el último maestro, Ochoa, lo que había eran principalmente rotulistas extranjeros”, cuenta, al tiempo que presume de haber contribuido a revitalizar la profesión. “He creado la suficiente demanda como para no dar abasto y que me salga competencia. Eso demuestra que el oficio se está reactivando”, afirma con seguridad. Ya en 2016, Apesteguía recibió el Premio Nacional de Artesanía al Emprendimiento por su proyecto y su labor de recuperación de las ­técnicas tradicionales.

“En el mundo en el que vivimos tienes que aprender a jugar con las reglas. Hasta el artista más consagrado vende sus obras”

Una vez allanado el camino, este artesano fan de los números ha priorizado el aumento de la productividad a la visibilidad que le otorgaba la localización de su antiguo taller. Desde agosto, él y su ayudante, Ira Senatos, ocupan un nuevo espacio mucho más amplio en una zona obrera de la capital, el barrio del Lucero, lo que le permite asumir encargos de mayor formato. “El Guernica no podría haberse pintado en Malasaña”, bromea. También la transformación de la zona influyó en la decisión de trasladarse. “Cada vez hay más franquicias, que todo lo que llevan es predeterminado, y ya no necesitan rotulistas. Además, los costes eran insostenibles —es el distrito de Madrid donde el alquiler está más caro— y el proceso de gentrificación también nos afectó”.

En el local, las creaciones de Rotulación a Mano se confunden con piezas de las primeras décadas del siglo XX. Se trata de la pequeña colección personal de Apesteguía. “En los años cuarenta y cincuenta cada barrio tenía su rotulista”, explica. Hoy reproduce con su pincel algunas de las técnicas de aquella edad dorada, que domina tras varias estancias en el extranjero con artistas como el inglés David Smith, con quien aprendió a usar el pan de oro. “Pan de oro real”, subraya. En la actualidad, la producción de este material tampoco ha escapado al voraz mercado asiático, pero él lo sigue adquiriendo en Giusto Manetti, un taller de Florencia que lo fabrica desde 1600.

Apesteguía trabaja en el letrero de un baúl.
Apesteguía trabaja en el letrero de un baúl. DANIEL OCHOA DE OLZA
Para Apesteguía, la función de la rotulación transgrede lo puramente ornamental. Construye la imagen que tenemos de las urbes. “Toni En­cinas, Ochoa… están borrados de la faz de la tierra, pero fueron personas que de manera anónima determinaron nuestra visión de la ciudad. Quizá más que Picasso. Porque los rótulos de los comercios son cosas que ves en el día a día. No necesitas sentarte o ir a un museo para empaparte de ello”, sostiene. Sus letreros ya salpican los escaparates de calles como la Gran Vía de Madrid, la ciudad en la que más trabaja junto con Barcelona y Valencia.

El negocio de Apesteguía ha crecido al abrigo del fenómeno hipster, que apuesta, entre otras cosas, por la recuperación de la estética antigua. Aun así, no tiene miedo de que su éxito dependa de una moda. Defiende con convencimiento que las tendencias solo están en las líneas gráficas y que las técnicas pueden reconvertirse conforme a la demanda. Consciente de que en España sus principales clientes son negocios de hostelería y del riesgo que supone para él la desaparición del pequeño comercio, Apesteguía no ha dudado en poner su pincel al servicio de los grandes. “Estamos intentando trabajar con más multinacionales y diversificar producto, aplicando las técnicas que conocemos a otras cosas”, explica. Una red clientelar en la que ve un medio para poder seguir haciendo lo que le gusta. “La situación ideal es poder mantener la fabricación artesanal, pero al mismo tiempo tener una gran demanda. Y para eso hay que trabajar con supermarcas. No es algo novedoso. Ahí están las lámparas de Tiffany o el trabajo en cuero de Loewe”, ejemplifica.

Ira Senatos, ayudante de Apesteguía, pinta un letrero sobre cristal.
Ira Senatos, ayudante de Apesteguía, pinta un letrero sobre cristal. DANIEL OCHOA DE OLZA
Lejos de sentir que su labor como creador tiene menos valor artístico por ser bajo demanda, Apesteguía reivindica el arte por encargo. “Hay que aprender a jugar con las reglas. Hasta el artista más consagrado vende sus obras. No me imagino a Da Vinci o Miguel Ángel preocupados porque les hiciera un pedido el Vaticano. Otra cosa es que para llevarlo a cabo exigiesen hacer lo que ellos querían”. Y en eso lo tiene claro. “Si viniera una multinacional y me pusiera unos cuantos millones sobre la mesa, los aceptaría. Eso sí, para trabajar bajo mis condiciones”.

Una década después de renunciar a su nómina, este antiguo trabajador por cuenta ajena defiende el emprendimiento y la psicología como herramienta para la vida. “Me alucina que se empeñen en que aprendas a hacer raíces cuadradas y que no te enseñen cómo reacciona la gente ante el estrés. O que te expliquen cómo trabajar para otros, pero nadie te oriente ni lo más mínimo para manejar tu pasta”.

En Fuera de Serie, el suplemento de Expansión y El Mundo: Rotulación a mano firma las fachadas de los locales de moda

Rotulación a mano firma las fachadas de los locales de moda

Rótulos para restaurantes en pan de oro, murales para reconocidas marcas, «atrezzo» de películas… El taller de rotulación de Diego Apesteguía ha puesto en valor un arte que aporta identidad y diferencia.

En la edición de 2016 los Premios Nacionales de Artesanía reconocieron por primera vez a un rotulista. Sorpresa. ¿Aún hay alguien que pueda rellenar la casilla de ocupación con esa profesión? Lo hay, sí, se llama Diego Apesteguía (Madrid, 1979), es licenciado en Psicología y Bellas Artes, grafitero y publicista antes que artista, y lo dejó todo, incluido un trabajo de investigación de mercados para un banco muy importante que le reportaba una abultada nómina, para dedicarse a hacer letras, a crear murales, a dibujar sobre pizarra, a trabajar el pan de oro, a esmaltar sobre vidrio, a experimentar con ácidos…

A ser rotulista en definitiva, uno más de esos jóvenes artesanos empeñados en defender el hecho a mano en estos tiempos de estandarización. El mencionado galardón en la categoría de Emprendimiento venía a certificar por tanto que es algo más que un chico que pinta, cosa que hace desde siempre. «El premio es cuando el cliente te ingresa el pago en la cuenta», reconoce él. «Pero sí, nos ha ayudado, te da cierta respetabilidad y la certificación de cara a la gente de que lo que hacemos tiene un valor. Nosotros enseñamos muchos vídeos de cómo trabajamos, las técnicas que empleamos… porque no puedes aspirar a que alguien te valore si no sabe lo que haces».

Y lo que hacen en Rotulación a mano Apesteguía e Ira Senatos (Kiev, Ucrania, 1992) es arqueología a pie de calle: rescatan técnicas y estéticas sumidas en el olvido cuando caímos enamorados del plástico y el gremio dejó de recibir encargos hasta entrar en fase de oficio en vías de extinción. «En los 80 y 90 bares y locales apostaron por lo que era supuestamente moderno y muchos rótulos fueron a la basura, literalmente», cuenta con pesar señalando alguno de los rescatados en su nuevo taller en Madrid, fuera del que era su hábitat natural, el barrio de Malasaña. Él se los compró a un coleccionista que se vio obligado a desprenderse de ellos, pero en realidad no hay un mercado. «El problema es que son grandes, los de cristal pintado se pueden romper…».

Aparte de estudios de tatuaje, barberías, tiendas y alguna colaboración cinematográfica, Apesteguía reconoce que el 90% del alrededor del centenar de encargos al año que recibe es para hostelería: restaurantes y bares que quieren diferenciarse del resto, como Gran Clavel en la Gran Vía madrileña, las pizzerías Ginos o la confitería La Duquesita de Oriol Balaguer, uno de sus trabajos más reconocidos. «Hace muchos años fue el boom del grafiti, del mural; más reciente fue el de las pizarras. Ha habido un momento en que todo el mundo quería una con un montón de letras que no había quien las leyera. Al menos ha quedado la cultura de hacerlas bien», comenta divertido. «La tendencia ahora es ofrecer varias texturas: un mural en la pared, mesas de cristal con color personalizado, un espejo envejecido…», concluye.

 

Visión comercial
Muchos le contratan por su arte y descubren casi un consultor que les aconseja sobre lo mejor para sacar partido al negocio, siempre con proyectos personalizados cuyo diseño agiliza mediante ordenador pero que se realizan de forma artesana. «Ahora que casi todo es digital, está hecho por un robot o en China, hay cierta saturación estética que hace que el péndulo se mueva. Cuando todo es seriado y casi nos vestimos todos de tal marca, es importante para un negocio tener identidad y convertir su espacio en algo único», explica.

 

Pincel en mano el tiempo, ya se sabe, es relativo: las pizarras están hechas en un día; un rótulo de madera en día y medio; en el de cristal invierten de una semana en adelante y hasta un mes. Respecto a los precios, «un rótulo de metacrilato son 500 euros y uno de los nuestros ronda los 1.000», calcula. No escatima ni en las horas dedicadas ni en la materia prima: el pan de oro, por ejemplo, lo compra a una familia italiana que lleva generaciones fabricándolo para asegurar un origen responsable y una calidad muy superior al que habitualmente se encuentra en el mercado.

Si a estas alturas está lamentando no ser dueño de un local para sumarse a este revival, hay solución. El día de la entrevista Apesteguía y Senatos daban los últimos toques a un cristal grabado con los apellidos Cicuendez Fernández, encargo para colgar en un domicilio particular. Avisamos, los rótulos entran en casa.

Paco Plaza confió en Rotulación a mano para recrear el bar de «Verónica».

De cine
Lo suyo no es llegar y pintar porque sí. Apesteguía trabaja en sintonía con el cliente y en encargos especiales hace un trabajo de documentación y rastreo histórico. Así sucedió con la remodelación de La Duquesita, confitería centenaria de Madrid, cuando pasó a manos de Oriol Balaguer en 2015. Rehicieron el rótulo superior de la fachada de 4,5 metros realizado por Gilca en los años 50 (cuya firma mantuvieron) y estudiaron las tipografías de la zona y la época para crear otro en la parte inferior.

El proceso es similar en sus colaboraciones para el cine, donde murales o escaparates son elementos fundamentales de atrezzo. Así lo creen directores como Pablo Berger en Abracadabra y Paco Plaza en Verónica que acudieron a ellos para ambientar los bares de barrio de sus películas. Apesteguía reconoce la dificultad en esta última: crear cristales acordes con la zona y la época, y avejentarlos después para hacerlos realistas.

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